Prométeme que volverás

Ellos se acercan por todos lados. Por fin han llegado, el silencio los acompaña, la noche es fría y el miedo es su aliado. Tirados en el pozo y temblando de frío, hay miedo en nuestros ojos, el terror es insoportable, sabemos que lo que viene es inevitable.

El viento es frío. Mi cuerpo tiembla y tú a mi lado, mi buen amigo, desde el principio y hasta el final; también con miedo, también con frío, pero aquí estas, donde pocos me podrían acompañar; más que amigo eres mi hermano, el más leal.

Un cigarrillo, tu retrato y una cruz en el pecho. Mi mano sucia y temblorosa sostiene tu foto mientras con la otra aprieto fuerte la cruz de oro que un día me regalaste. El cigarrillo se consume en mis labios. Miro tu foto con la escasa luz que me ofrecen la luna y las estrellas, ¿dónde estarás, vida mía?, dormida tal vez o acaso en tu balcón mirando la misma luna que yo en estos momentos uso para poder mirarte. Levanto la vista y desde las estrellas escucho tu voz como un susurro “prométeme que volverás”

Me tocan el hombro, guardo tu foto, apago el cigarrillo y suelto la cruz. Con señas me invitan a escudriñar en la oscuridad. No alcanzo a ver nada pero sé que ellos se acercan, están ahí. No sé si puedan vernos pero es seguro que nuestro miedo pueden sentir.

Un ruido ensordecedor a mi cuerpo agita. El caos comienza, entre fuego y sangre los animales corren, el estruendo de la metralla los ha despertado y huyen de la muerte, intentan ocultarse. Yo cuido tu espalda y tú la mía, esa fue la promesa que nos hicimos, querido amigo.

Silbando pasa una bala y un sonido sordo escucho a mi espalda. Mi camarada, mi hermano, en el fango, agonizando. Arrastrando me acerco y le toco la frente. Fuiste fiel, amigo, leal hasta el último momento. Me toca el rostro y seca mis lágrimas, “no llores buen camarada, pues para mí la guerra ha terminado”. Tomo su mano derecha y me despido. Nos veremos del otro lado mi leal hermano. Un lugar apártame allá arriba, en el cielo.

Levanto mi fusil y salgo a encarar al enemigo, disparo sin saber a dónde o a qué, disparo a la oscuridad hasta quedarme sin cartuchos. Una explosión me tira al suelo, estoy herido y no puedo moverme. Mis brazos y mis piernas están inertes. El silencio me alcanza, ya no hay metralla, ya no hay explosiones, ya no hay caos… sólo paz.

La tranquilidad me invade, no logro entender qué venimos a pelear, ¿qué es tan importante como para tantas vidas sacrificar?

Una melodía llega a mis oídos, suave y cálida como el agua del río donde de niños solíamos jugar. Ahora puedo ver lo hermosas que son las estrellas, ¿cómo puede ser que no lo noté antes? Ahora que ya no hay preocupaciones puedo ver cuán grande y brillante es la luna.

Sólo hay una espina que lastima a mi corazón, un vacío en mi pecho, una promesa sin cumplir. Sólo espero con todo mi lastimado y herido ser que la resignación pronto puedas encontrar, mi amada mujer.

El final ha llegado, mi final. Que raro, ahora las estrellan brillan más; parecen más cerca, hasta las puedo tocar…

Pero en mi rostro hay sangre y una voz en mi cabeza que no me dejará descansar en paz: “prométeme que volverás”.

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