La primera vez que escuché tu voz:
La primera vez que escuché tu voz no pude describir lo difícil que me era sentirte triste, decepcionada y desesperada, pero sobre todo perdida de ti misma.
La primera vez que vi una foto tuya:
Al ver por primera vez el retrato de tu sonrisa no pude evitar pensar en que eras la chica más bonita que en la vida había conocido, que tenias unos ojos hermosos, llenos de luz y esperanza en que algo bueno tendría que pasarte después de tanto sufrir por un amor que siempre no “valió la pena”. Para mí ya eras especial, alguien que sabía, que comprendería lo que es estar roto.
La primera vez que hablé contigo:
No podía creer que alguien pudiera parecerse tanto a mí, que le divirtieran las cosas que yo disfrutaba hacer, que no fingía ser quien no era, que era 100% auténtica, que no temía decir lo que quisiera por miedo a que alguien fuera a pensar mal de ella.
Recuerdo que no podía dejar de reír por tus ocurrencias y sobre todo porque me hacías sentir algo raro, un sentimiento que perdí hace mucho tiempo, que extravié no por culpa de un error pero si por la lección más grande que me ha dado la vida.
Sentí tanta felicidad por haberte conocido que no podía ocultar mi cara de idiota conforme pasaban los días, a tal grado de sonreír cada mañana, cada tarde y cada madrugada, porque sin quererlo llegamos a platicar cada segundo, cada minuto y cada hora de cada día.
Sin darme cuenta comencé a sentir algo por ti más allá de lo que creía posible, pues como sabes yo también me rompí una vez. Me lo negué, pero conforme pasaban los días no podía dejar de sentir esas enormes ganas de conocer a esa increíble chica por la que tanto interés sentía, de quien cada vez quería saber más, conocer su dolor y su felicidad, su pasado y su presente.
En fin, quería verte y decidir de una vez por todas si lo que pasaba era un simple gusto o si había algo más dentro de todo esto.
La primera vez que te vi:
Estabas sentada con el aliento entre tus dedos, en una fría noche de Octubre, con la mirada apresurada.
Bajé del coche y no pude evitar quedar hipnotizado por ti, te vi tan hermosa, tan libre, tan sencilla, tan feliz con esa ropa deportiva que te quedaba perfectamente.
Te saludé y te abracé fuertemente, no podía creer que al fin la voz tras el teléfono tenia rostro, pero sobre todo no pude dejar de pensar en que era todo lo que quería ver ese fin de semana.
Aún recuerdo cuando te vi bajar por esa escalera, tan bella, tan sexy, tan provocativa, tan hermosa; pero tú sabias que te estaba viendo, que no podía apartar mi mirada de ti, que no podía disimular ni siquiera un poco lo mucho que me gustaste.
Te seré sincero, esa noche no pude pensar en nada ni nadie más que no fueras tú, en tu forma de ser, en tus expresiones, en tu risa, en cómo esos hermosos ojos que tienes se cierran cada vez que sonríes. Estoy seguro que sabías que te admiraba locamente, a propósito bailabas frente a mí, contoneando esas caderas en las que es fácil perder la vida, porque sabías que me gustaba y lo disfrutabas.
La primera vez que te besé:
¡Qué noche!, ¿no?
Ya me gustabas intensamente y unas copas hicieron de nuevo la fantasía una realidad, pero es cierto, estábamos tomados y se nos hizo bien el dejarnos llevar, el buscarnos mutuamente, porque admitámoslo, ambos deseábamos lo mismo.
Porque sí, hay cierta química entre nosotros que me sienta bien.
Al cerrar los ojos puedo visualizar perfectamente ese momento y nuevamente abrazar tus labios con los míos, sentir el desenfreno de lo que deseábamos.
La primera vez que intimamos:
Este momento por mas rápido que sucedió, por más desenfrenado que fue, lo recuerdo a la perfección.
Ya no podías más, estabas cansada, tomada y ¿sabes qué es lo más chistoso? Aun así me parecías hermosa, ya sé, no es necesario que digas que no te mienta por convivir pero de verdad no podía dejar de pensar en eso.
Sentado en el piso me disponía a descansar un poco para seguir viendo que estabas bien pues nuestra amiga se había dormido y quien me preocupaba más eras tú.
Sin retardarte más me pediste que subiera a la cama contigo, te dije que no, porque no quería incomodarte, porque sabía que estabas mal y prefería quedarme en el piso para que descansaras bien.
Terminaste convenciéndome de subir y sin titubear lo hice porque realmente quería estar cerca de ti. Te recostaste a mi lado con la mirada fija a la mía y me besaste.
Rápidamente todo se tornó color piel y el frío se disipó, lo demás por venir son memorias sensitivas, esas memorias que no se pueden frenar, que quedan tan grabadas en mí que al cerrar los ojos aún puedo sentir tu compañía.
Tenía muchos años que no me sentía así, como un adolescente desafiando a la vida y a la muerte, subiendo sin importar qué tan fuerte sería el bajar, pero ¿sabes algo?, no me importó, ni siquiera ahora me importa porque nunca hicieron falta las palabras cuando nos veíamos a los ojos, cuando nos veíamos con amor.
Qué triste es tener conocimiento de que después de tantos meses juntos, de nosotros ya no hay nada, porque siempre fuimos y seremos unos perfectos extraños.