Conforme uno crece, madura y empieza a tener responsabilidades, va cambiando nuestra forma de pensar. No es lo mismo tener 15 años, que 18 o 23. Tus ideas, tus metas, tus sueños, todo cambia. Quieres más cosas y mejores, te vuelves más exigente y a veces o casi siempre, te desilusionas por no obtener lo deseado, pero es parte del proceso, parte del camino y aprendes a lidiar con problemas, a arreglarlos y a vivir con ellos. Una de las cosas que ahora empiezas a ver con más calma y madurez es el amor.
Durante tu adolescencia e incluso no tan chica, te rompieron el corazón, sabes lo que es ser rechazada, engañada, sufriste y lloraste, pero también sabes lo que es levantarte después de una decepción y comprendes que nada ni nadie vale la pena como para dejarte caer y vencer. A cierta edad, aceptas que hay cosas más importantes por las cuales preocuparte, sabes cuáles son tus prioridades y aceptas que cuando las cosas no salen como quieres es porque otras mejores vienen en camino.
Solía ser de las personas que se tomaban las cosas a pecho, que lloraban hasta quedarse dormida y que sufría por amores no correspondidos; pero la última decepción amorosa que tuve me enseñó a ser fuerte, a llevar la rienda del problema y no dejarme vencer por el. Aprendí y acepté con la cabeza en alto, aunque por dentro quería morir, quise dejar todo, quise huir, quise correr tras un abrazo que no merecían, pero no lo hice.
Estuve de pie y aunque flaqueé algunas veces, me detuvo saber que yo era mejor que cualquier problema, que yo era más grande que cualquier desilusión y que yo podía enfrentar lo que quisiera, y lo hice.
Todos los días me decía que la vida era corta para sufrir, y aunque muchas otras noches lloré tanto, comprendía que era parte del proceso y que eran situaciones que tenía que pasar para valorar otras.
Mi decepción, que gracias a Dios jamás llegó a depresión, me hizo valorarme como mujer, valorar más mi vida, mi carrera y por supuesto a mi familia y amigos; esos que estuvieron hasta en las peores decisiones, esos que alejé por luchar por alguien que no lo merecía. Mi desilusión me ayudó a priorizar y a saber que es lo que NO quiero de alguien ni de una relación; comprendo que nadie es perfecto, que nadie lo será nunca, pero también entendí que aun con mis defectos, merecía alguien que estuviera a la altura de ellos.
Me hice más selectiva, aunque acepto que aún voy ilusionándome de uno que otro que no entra en mi lista, pero a pesar de todo sé que no quiero alguien que me limite, que me corte las alas, no deseo a alguien que me mienta, que me hable bonito sin sentirlo y por supuesto, no merezco a alguien que no dé todo lo que yo puedo dar por él; porque también comprendí que no debo de dar todo por alguien, pero sí debo esperar lo que doy. El amor es recíproco, de diferente manera, pero lo es y entonces, después de que lloré y cuestioné decisiones en mi vida, me di cuenta que cada una de ellas me trajo hasta donde estoy, que si no fuera por esas buenas o malas decisiones hoy no estaría aquí, en este lugar y con la gente que ahora es parte de mi vida.
Definitivamente no cambiaría ningún error, más bien los agradezco todos, pues gracias a ellos soy mejor…
Y esta nueva mujer, esta nueva versión de mí misma es la que quiero conmigo siempre.