Desamor

La vi ese día de noviembre en la terminal de camiones. Llovía a cántaros y ella vestía un pantalón que completamente mojado, le daba esa apariencia de pollito desvalido.

Quise hablarle, pero su cara no era de muchos amigos y su mirada era sólo para el celular, que aferraba de manera nerviosa en su mano.

¡Qué noche!– comenté como si hablará con todos los que estaban esperando que amainara un poco la lluvia. Ella desvió por 5 segundos la mirada del teléfono, y fue suficiente para encontrarme con sus ojos negros.

-Podemos compartir un taxi- dije ya dirigiéndome directamente a ella, se sorprendió al inicio, después con aplomo, midió mis palabras.

¿Cómo sabes si vamos al mismo lugar?– espetó con desgano. Me gustó el tuteo, su acento reveló que no era local, ¿veracruzana?, ¿norteña?, ¿colombiana?, quién sabe.

-En esta ciudad tan pequeña, todos vamos al mismo lugar- respondí rápido. Sonrió por primera vez y eso me dio la pauta.
Además- comenté –haría lo que fuera para acompañarte al lugar donde vayas, así sea el mismo infierno-

Un carro pequeño y de color plateado estacionaba en ese mismo momento junto a ella. Bajó un joven apuesto y la tomó de la mano, se besaron.

Cuando el carro partió, me cerré mi chamarra y salí caminado con la lluvia.

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